¿Qué historia sobre el COVID-19
vas a contar en tu biografía?
La experiencia del coronavirus está dejando fuertes marcas en las vidas de los profesionales de la salud. Para muchos, su historia se divide en antes y después del COVID-19.
“Todo el mundo recordará en su biografía esto que está pasando”, dice Denisse Cáceres, siquiatra del Hospital El Pino, epicentro de la pandemia por COVID-19 en Santiago de Chile, para explicar la dimensión de la crisis.
Seguramente tiene razón.
Para muchos, la vida quedará marcada por un antes y un después del COVID-19. Tal vez, en este momento no seamos capaces de describir todo lo que pasa, ni siquiera podamos entender lo que estamos sintiendo, pero sí estamos almacenando experiencias que empacaremos como los mejores aprendizajes.
Pero será necesario resistir.
El coronavirus Covid-19 ha destapado lo peor de los sistemas de salud, de los profesionales médicos y de las personas. Y, al mismo tiempo, destapa lo mejor de los sistemas de salud, los profesionales médicos y la sociedad.
Un recorrido por hospitales en América
Denisse ve y escucha desde adentro de una institución de salud cómo acontece la pandemia. Además de su trabajo en El Pino, atiende pacientes en una clínica privada, La Vespucio.
Ha visto la improvisación sumada a la mala suerte, como el caso de los hospitales de campaña militares -instalados rápidamente al costado del hospital San José para atender la crisis sanitaria- que tuvieron que realizar evacuaciones de pacientes por una lluvia torrencial. También, la fuerte polémica por el manejo de los datos de contagios y muertes en Chile.
Situaciones como esas se suman al desgaste físico y emocional de los profesionales de la salud. Según Denisse, están sobrecargados. Por la cantidad de pacientes. Por las largas jornadas. Por las decisiones que deben tomar. Porque están realizando tareas a las que no estaban acostumbrados. Porque la información cambia de un día para otro.
No son los únicos.
Sin embargo, hay diferencias.
Para María Luisa Chávez, coordinadora del Departamento de Epidemiología del Hospital San Juan de Dios en Santa Cruz, Bolivia, es inevitable comparar este momento con la pandemia por influenza en el 2009 y la preparación para el ébola, una epidemia que nunca llegó a Bolivia. “En nuestro departamento somos un equipo interdisciplinario y con experiencia previa en pandemias. Por eso, en pocos días organizamos el plan de contingencia, las necesidades de insumos por cama”. Las capacitaciones comenzaron antes de diagnosticarse el primer caso.
Sin embargo, una sorpresa estaba por aparecer.
En el hospital, varios profesionales y técnicos se negaron a atender pacientes infectados por COVID-19. No querían que el hospital practicara pruebas ni recibiera casos. “El coronavirus no escoge al paciente. Los profesionales tampoco deberían hacerlo”, afirma María Luisa. Inevitablemente, la enfermedad llegó. La gerencia tuvo que contratar profesionales jóvenes para hacer frente a la pandemia. Las jefes de enfermería y los médicos recién egresados “pusieron el pecho” y demostraron que “cada uno de ellos ama su profesión”.
Mientras disfruta el éxito en la logística diseñada por el Departamento de Epidemiología, por el que han recibido elogios a nivel nacional, la licenciada María Luisa se debate entre la desilusión y el orgullo.
En El Perú, el coronavirus ha tenido más impacto en las provincias que en la capital. Los hospitales han colapsado. Ni los enfermos No Covid-19 y ni los infectados quieren acudir a los servicios sanitarios. Han visto, han oído decir, que los pacientes mueren en los corredores sin ser atendidos, que no hay suficiente oxígeno para todos.
Estas circunstancias, comenta Lucía, psicóloga clínica, quien durante la crisis presta asesoría psicológica a personas afectadas con COVID-19, generan mucha angustia entre la población y el cuerpo médico.
En El Perú, los médicos y enfermeras se desenvuelven en ambientes hospitalarios con recursos insuficientes y se sienten “un poco abandonados por el Estado, que no es capaz de abastecer las necesidades para atender la crisis”, dice Lucía.
La sobrecarga es fuerte.
Por el contrario, en la Caja Costarricense de Seguro Social, CCSS, de Jacó, en Costa Rica, la situación ha sido diferente. El ambiente de trabajo sigue igual que antes. Aquí se organizaron grupos y turnos de trabajo para no exponer a todos los profesionales médicos a la enfermedad. En primera línea solo hay unos pocos. Mientras tanto, el equipo de epidemiología se ha dedicado a contener el coronavirus, un procedimiento totalmente nuevo para Gaby Bolaños, médica de la institución. Detectar a las personas que han estado en contacto con un paciente infectado, aislarlas y controlarlas es un trabajo “impresionante”. Según ella, esto ha funcionado bien en el país y por esa causa, aunque los países vecinos, Nicaragua y Panamá, han mostrado a la fecha más casos, la tasa de contagio en Costa Rica ha sido baja.
En Estados Unidos, el país con más casos en el mundo, los médicos y enfermeras enfrentan la aguda situación por la cantidad de pacientes con “mucho coraje”. Gloria Coffey ha sido testigo. Trabaja en el NYU Winthrop Hospital en Nueva York, encargada de los suministros. Allí, la soledad de los pacientes contrasta con los gestos de solidaridad que reciben dentro y fuera del hospital.
El derroche y la escasez de EPP
Gloria debe cambiarse varias veces al día los elementos de protección personal. Botas, overall, gorro, mascarilla N95, pantalla. En cada cambio se demora de cuatro a cinco minutos, sin embargo, a ella no le molesta y le parece “rápido”.
Aunque es un poco caliente, Gloria se siente segura con su EPP.
En Estados Unidos es común botar cosas útiles a la basura. Son viejas costumbres que incluso se viven en el hospital. Gloria les suplicó a los profesionales cuidar más los insumos. “Al principio hubo mucho desperdicio, ahora ya no es tanto”, afirma.
Algo similar ocurrió en el hospital de Santa Cruz. Los profesionales parecían astronautas y hubo un uso excesivo de EPP. Según la licenciada, algunos médicos en el hospital olvidan las buenas prácticas de bioseguridad y caminan por todas partes con los guantes. “¡Usted me da miedo!”, les advierte.
No siempre las jornadas de capacitación e información surten buen efecto.
De hecho, hay muchos profesionales de la salud infectados, una realidad compleja de controlar. Trabajan en dos y hasta tres instituciones diferentes. Es difícil determinar en cuál institución son inferiores los controles y dónde ocurrió el contagio.
Por eso, los médicos en Chile cuestionan los aplausos. “Muchos dicen que preferirían las condiciones mínimas para hacer su trabajo bien”, dice Denisse Cáceres. En ocasiones se agotan los elementos de protección o se da la instrucción de “hacerlos rendir” y solo esto “ya genera estrés”.
En Jacó, también hay escasez de mascarillas N95 y por eso se autorizó el uso de cubrebocas de tela a los profesionales de la salud que no estuvieran en contacto directo con pacientes COVID-19. “El sindicato interpuso una acción para garantizar los elementos de protección necesarios, pero, si están agotados, qué se puede hacer”, cuestiona Catalina Morales, jefe de farmacia en el CCSS. “Eso nos ha dado qué pensar. En general, se siente bastante estrés”, comenta la doctora Bolaños, médica de la institución.
El miedo de los héroes de la salud
El miedo al contagio es real. La narrativa del héroe, según Denisse Cáceres, debería cambiar porque “hace daño”. Los súper héroes no tienen permiso de ser vulnerables “y es súper normal y esperable colapsar. Ese discurso deja a los profesionales de la salud en una situación incómoda al no poder expresar cómo se sienten”, explica.
Además de la sobrecarga de trabajo hay una sensación de frustración. Quisieran atender a todos los pacientes con calidad. Y en ocasiones, no es posible. Y tienen temor a contagiar a alguien de su familia. Algunos han perdido seres queridos en la pandemia.
Deberían poder expresar lo que sienten.
Según la psicóloga Lucía Rendón, es necesario sentir el miedo, porque “estamos ante una amenaza real y sino nos ponemos en alerta, no activamos las medidas necesarias para sobrevivir”. Sin embargo, es claro que el miedo disfuncional, la ansiedad, sí deben ser tratados. Su percepción es que los profesionales de la salud están afectados emocionalmente por las dificultades, el temor a contagiar a otros y la lejanía de sus familias.
El miedo también se revela en otras formas. “Cuando una colega se infectó, yo tuve los síntomas del COVID-19”, cuenta la licenciada María Luisa. Le sucedió lo mismo a la doctora Catalina, y “es completamente sicológico”. En el hospital de Jacó, el sicólogo de la institución hizo una evaluación al comienzo de la pandemia y encontró que la mayoría del personal, más o menos 80 personas, estaba bastante ansioso.
Para algunos, el tiempo ha sido un buen aliado para aliviar la tensión. Han ido conociendo la enfermedad, han recibido evidencias científicas, han dado de alta a muchos pacientes. “El conocimiento es el arma más importante” Pero también el autocontrol. “No nos podemos saltar ni un eslabón en la cadena de EPP. Tenemos que prender el semáforo en la cabeza para parar y revisarnos: qué hice, qué me falta por hacer. Así, somos capaces de prevenir y disminuir el riesgo”, afirma la licenciada.
Gloria Coffey no ha sentido miedo. Sí tristeza, especialmente por los compañeros de trabajo que han caído en la batalla. Como muchos profesionales y personal de las instituciones sanitarias, “sí me preocupa contagiar a mi familia y por eso tomo precauciones”. Todos los días recibe mensajes en su celular con contenido informativo y motivacional enviado por el hospital. Les recuerdan las buenas prácticas para prevenir el contagio, les dan instrucciones permanentes.
Para otros, el tiempo ha traído más incertidumbre. La información sobre la enfermedad cambia rápidamente. Sentir la urgencia de saberlo todo y estar acertando en los procedimientos resulta estresante.
Los distintos públicos de interés de las instituciones de salud sienten temor a ingresar a las instituciones. Comunicaciones con contenidos adecuados antes y durante su visita a las instalaciones, que demuestren cómo se está actuando para prevenir el contagio del COVID-19, ayudará a restablecer la confianza en el centro y en los servicios que presta. La coherencia entre lo que se comunica y se evidencia en la experiencia de la visita o la estadía será clave para que los públicos se animen a compartir con sus conocidos e incluso se conviertan en evangelizadores de la institución.
La nueva dinámica en el hospital
En muchos centros, la dinámica ha cambiado. Ha ingresado personal nuevo y han cambiado las funciones de otros profesionales. Por ejemplo, los equipos que trabajan regularmente en cirugía fueron llamados a realizar otras tareas. Algunos turnos que antes los realizaban dos personas, ahora los hace solo una. Las jornadas se han extendido.
Algunos profesionales de la salud están trabajando desde la casa. Realizan telemedicina durante dos semanas y regresan a la institución durante otro par de semanas.
En general, muchos están preocupados por sus pacientes No Covid-19. Asumen que esa puede ser otra gran y devastadora ola.
Los pacientes no COVID-19 tienen miedo de ir al hospital. Han cancelado citas o han dejado de asistir. Las mujeres que comienzan embarazo, por ejemplo, se demoran para comenzar las evaluaciones. Muchos temen contagiarse, especialmente los que sufren enfermedades como cáncer, diabetes e hipertensión. Carolina Barrantes, médica en el hospital de Jacó encargada de consulta externa, explica que esta emergencia los obligó a implementar cambios.
Ahora, llaman a los pacientes para concretar la asistencia al día siguiente a una cita telefónica. Las citas presenciales son pocas y deben mantener la distancia. En algunas ocasiones, se desplazan hasta los hogares de los pacientes para tomar muestras, lo que no ha dejado de incomodar a unos pocos vecinos.
La telemedicina se ha vuelto común en la atención a pacientes, aunque aún falta el marco legal y se extrañe la presencialidad y aunque los pacientes no dispongan de los equipos y recursos necesarios para una cita sin interrupciones y problemas técnicos.
Otros servicios también han tenido que modificar su sistema de atención. En la Caja de Jacó se intentó durante años cambiar el sistema de entrega de medicamentos. No había sido posible. En menos de un mes, Catalina, tuvo que aprender a recibir las fórmulas por teléfono, Whastapp y email y a hacer los envíos por correo a la puerta de cada paciente.
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Alegrías en medio de la tensión por la pandemia
En medio del dolor, también hay espacio para las bromas y las risas por los mensajes curiosos de los pacientes y los comentarios oportunos de algunos colegas. También, para recibir atenciones especiales.
Gloria Coffey sonríe con gusto ante los gestos de solidaridad y cariño de la población. Afuera, hay carros de comida que ofrecen helados y comida gratis para el personal del hospital. Los pacientes recuperados y las familias envían muchos regalos que se reparten entre todos los empleados del área. En la calle le pitan y la aplauden cuando reconocen su uniforme.
“Uno no espera nada, todo lo hacemos por vocación, pero los gestos de los pacientes sí alegran, cambian el día”, dice Gaby, desde Jacó.
Hay pacientes que conservan un buen sentido del humor y estar en contacto con ellos produce alegría. También, llegar a casa. Lucía, en El Perú, recuerda más los momentos especiales de conexión con sus pacientes que situaciones de risas.
A algunos les cuesta recordar algún momento divertido.
“No sé cuándo fue la última vez que me reí”, dice María Luisa. Tal vez fue el día que le dieron de alta a una paciente renal infectada y por la que ella luchó para conseguir el equipo que necesitaban. O tal vez, en las noches, cuando la fuerte María Luisa se sienta a descansar y deja que la dulce María Luisa escriba mensajes en redes para motivar a sus compañeros.
Aprendizajes que dejará el COVID-19
En la biografía quedarán pequeños relatos, imágenes y uno que otro objeto que haga memoria. Pero lo esencial parece ser esto: “Tendremos que aprender a vivir con nuevos hábitos de conducta. Nuestra vida tiene que cambiar. Tenemos que ser disciplinados, asumir la propia bioseguridad, cuidarnos y cuidar”, como afirma la licenciada María Luisa desde Bolivia.
El autocuidado ha sido el tema más recurrente durante estos días de pandemia. Sin embargo “lo dejamos de lado por ser tan sencillo”, explica Lucía Rendón. Las médicas del hospital en Jacó coinciden: “Son medidas muy básicas las que debemos adoptar, pero parece que el ser humano es muy difícil de cambiar”.
Sin embargo, no todos han sido reacios al cambio.
Antes de esta pandemia era normal que los profesionales de la salud no se preocuparan por usar tapabocas en cada procedimiento y saludar a sus seres queridos sin tomar precauciones. Ahora, sus hijos deben esperar a que termine el protocolo de higiene antes de saludar. En su ADN está quedando que “como médico me tengo que cuidar mucho yo para cuidar a mi familia. Primero, cuidarme yo”, afirma Carolina Barrantes.
En muchos casos este cuidado ha significado la pérdida del contacto físico. La distancia social para atender un paciente es difícil para algunos. “No sabía lo importante que era para mí y me ha afectado un poco”, comenta Denisse.
En lo personal, las prioridades van cambiando. Todos los profesionales entrevistados coinciden en que la familia es ahora lo primero. El dinero se volvió relativo. Se tiene y no se puede salir a comprar. Se tiene y no se quiere comprar nada más. De repente, se han dado cuenta de que, en una circunstancia como esta, necesitan pocas cosas: tener techo, calefacción si hace frío y comida.
Gloria, en Nueva York, ha aprendido sobre la fragilidad del ser humano y la diferencia que produce en la vida saber agradecer. Esa es otra verdad que se va haciendo espacio en la contingencia: apreciar lo que tenemos.
Posiblemente el mayor aprendizaje que recibamos de la crisis será sobre el sistema de salud. La pandemia descubrió situaciones irregulares en países ricos y pobres. El cansancio de los profesionales de la salud, las condiciones inseguras no parecen ser una “receta para el éxito, sino para el fracaso”, afirma Dennise. Los médicos, enfermeras, técnicos necesitan cubrir sus necesidades básicas, como comer, dormir, descansar. Incluso, al evaluar el manejo que se le está dando al recurso humano profesionales de la salud se observará lo importante que es enseñarles a desconectarse para poder regresar al día siguiente con nuevas fuerzas. Pareciera que ciertos consejos a pacientes afectados por COVID-19 debieran aplicarse también en la propia casa. El sistema sanitario deberá cuidar a sus miembros para poder cuidar a la sociedad.
¿Saldrán las instituciones de salud fortalecidas?
Sería genial que así quedara en la historia.
Pero suceden cosas. En Jacó, Carolina, Gaby y Catalina siguen las noticias. “Me siento muy orgullosa del sistema de salud de Costa Rica. Modestia aparte, nosotros nos comparamos con hospitales de Canadá y nos sentimos muy bien. Pero siempre hay personas que quieren debilitar el sistema, disminuir los salarios y los beneficios”, comentan.
¿Saldrá el sistema fortalecido?
Tal vez así sea. La suma de pequeños logros produce efectos gigantes. A muchos profesionales de la salud les está pasando una gran historia por sus vidas. Es la misma de Lucía: a ella nunca se le va a olvidar que fue durante la pandemia del COVID-19 que se encontró seriamente con su profesión, con el sentido de su vocación. Ahora, aun en medio del dolor, siente el valor de poder servir a sus pacientes, ayudarlos a superar las dificultades, a comprender su dolor y a escucharlos. Y eso la hace feliz.
No será la única en escribir esto en su biografía.
Por Katy Schuth B. – Redactora