Actualizado agosto 11 – 2022
Publicado julio 17 – 2020
6 respuestas de la ciencia
a infecciones como el coronavirus
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Se calcula que, en los últimos años, las infecciones son responsables del 20% de las muertes en el mundo, una cifra que sigue incomodando a muchos científicos, profesionales de la salud y organismos multilaterales.
20% parece una gran cifra
Si bien las infecciones han escoltado la presencia de los humanos en este planeta desde siempre, todavía nos sorprenden. Aunque las estadísticas de siglos pasados no sean muy confiables, sí dan cuenta del gran efecto de la enfermedad transmisible en nuestro mundo. En América Latina, por ejemplo, sabemos que:
- Es probable que la viruela haya sido la causa de la muerte del 25% de la población azteca, en México.
- En su momento, se calculó que el 85% de los ingenieros y trabajadores de la construcción del Canal de Panamá estuvieron hospitalizados por fiebre amarilla y/o dengue.
En el reporte de las diez causas de defunción en el mundo en 2019, la Organización Mundial de la Salud decía:
Las infecciones de las vías respiratorias inferiores siguen siendo la enfermedad transmisible más mortal del mundo, situándose como la cuarta causa de defunción. No obstante, el número de defunciones ha disminuido considerablemente: en 2019 se cobraron 2,6 millones de vidas, 460.000 menos que en 2000.
La infección por COVID-19 será un hito en las estadísticas históricas de la salud en el mundo y en América Latina. Hoy, de acuerdo con los datos de la OMS, el exceso de mortalidad por la pandemia supera los 15.4 millones de casos. Las defunciones por COVID-19 en los países latinoamericanos y del Caribe asciende al 32%[1] del total de muertes reportadas en el mundo. Brasil y México suman casi un millón de víctimas al cierre de junio de 2022.
Las consecuencias han confirmado las advertencias que los científicos nos han realizado durante años: las infecciones no son sostenibles, porque deterioran la salud, la economía y la actividad social en todas sus formas.
Prevenirlas y tratarlas para cortar la transmisión es un asunto de vida o muerte para la humanidad.
Conocemos tratamientos como emplastos, hierbas, tierra, costras y aislamiento con los cuales curanderas y médicos buscaban manejar las enfermedades. Los descubrimientos científicos para tratar las infecciones son relativamente nuevos en la historia de la humanidad. Las vacunas han marcado un antes y un después en la prevención. ¿Qué podemos esperar de la ciencia hoy para controlar los virus respiratorios? ¿Con qué cuenta la humanidad?
Hoy, tenemos respuestas de la ciencia y la tecnología para darnos esperanza:
Las vacunas han cambiado la vida de las personas y el ejercicio de la medicina. La primera aplicada a humanos fue contra la rabia. Lo hizo Pasteur, hacia 1881, para salvar la vida de Joseph Meister, mordido por un perro. Luego siguieron las vacunas contra el cólera, el tifus, la tosferina.
Las vacunas han reducido el número de casos y de secuelas de enfermedades como sarampión, difteria, tuberculosis, sífilis, poliomielitis, diarreas y neumonías infecciosas. También, son responsables de la desaparición de la viruela.
Sin embargo, algunas enfermedades emergentes presentes en Latinoamérica aún no tienen vacunas: chikunguña, dengue, paludismo y zika.
Científicos en todo el mundo siguen desarrollando vacunas. El siglo XXI ha sido especialmente prolífico, gracias a las nuevas tecnologías para la fabricación. En América podemos recordar las recientes campañas de vacunación de rotavirus, neumococo y VPH. Hace poco, en el 2019, la OMS precalificó la vacuna contra el ébola.
Para la emergencia generada por COVID-19 , la reacción fue rápida. Los científicos habían estado trabajando en vacunas contra coronavirus desde la aparición del síndrome respiratorio agudo grave (SARS) y el síndrome respiratorio de Oriente Medio (MERS), virus similares al SARS-CoV-2, el virus que causa el COVID-19. Este conocimiento permitió que el desarrollo inicial de las vacunas fuera más ágil.
Esta fue la primera vez que la humanidad tuvo una nueva tecnología, la ARNm, la vacuna «mensajera». Este nuevo tipo de vacuna es diferente a todas las que conocemos que introducen en el cuerpo una partícula del virus o la bacteria para producir una respuesta inmunitaria. Las ARNm introducen un fragmento de la proteína que se encuentra en la parte externa del virus, el cuerpo la reconoce como cuerpo extraño y produce los anticuerpos necesarios para combatir el virus antes de causar una enfermedad.
Ahora, esta nueva tecnología se estudia para las vacunas contra la gripe, una infección «común» que afecta especialmente a la población más vulnerable.
Los avances en biología estructural han permitido identificar con certeza las estructuras moleculares de las infecciones. Hablamos de las famosas proteínas. También, de las terribles bacterias -como la de la tuberculosis- que reaparecen convertidas en súper bacterias resistentes a los antibióticos. La biología estructural permite estudiar cómo son las estructuras moleculares, cómo se afectan y cómo son sus mecanismos de resistencia. Esta rama de la biología es la esperanza para que los antibióticos no pierdan su eficacia y, por el contrario, mejoren su efectos.
La biología estructural permite que dispongamos hoy de antivirales efectivos como, por ejemplo, la cura de la Hepatitis C y la inhibición a las réplicas del VIH.
Nos permitirá disponer de fármacos o potencializadores que no requieren ensayos clínicos.
La secuencia genómica es bastante reciente. En 1990 comenzó el proyecto para el genoma humano. La primera secuencia que se completó fue la de Haemophilus influenzae en 1995.
Esta es la nueva estrategia con que contamos para encontrar rápidas soluciones a las infecciones. Por ejemplo, el avance en la genómica hizo que el trabajo con COVID-19 fuera totalmente diferente al que se había realizado previamente con SARS. Diseñar mecanismos para contraatacar al virus ahora es más fácil.
Esta tecnología se utiliza con frecuencia para analizar los genomas de microorganismos patógenos. En primer lugar, para identificarlo. En segundo lugar, para comprender su funcionamiento, sus mutaciones y formas de adaptación. En este momento, en muchos lugares en el mundo, científicos están realizando secuencias al coronavirus SARS-CoV2 para analizar las mutaciones y tener el registro evolutivo de la enfermedad.
Esta información permite definir dianas terapéuticas: entender cómo opera el virus en las células, porqué afecta más a un grupo humano que a otro y qué respuesta tiene a medicamentos conocidos.
El seguimiento evolutivo es vital. La Organización Mundial de la Salud lo hace, por ejemplo, con infecciones de transmisión sexual, cólera e influenza. Por eso le es posible determinar si las vacunas desarrolladas serán efectivas en el tiempo, si algún antiviral tendrá efecto en el virus que está circulando y qué tan rápida está la propagación de la enfermedad. Hoy, pueden existir miles de secuencias genomas de este coronavirus en tiempo real, que están dando información sobre nuevas mutaciones, lugares susceptibles de nuevas variantes, resistencia de las vacunas, etc.
La terapia con anticuerpos para combatir infecciones es reciente. Los medicamentos contienen anticuerpos fabricados en el laboratorio que son similares a los que producen los pacientes en su propio sistema inmune.
El caso más reciente es la clasificación de millones de células de pacientes infectados por COVID-19. Los científicos seleccionaron los anticuerpos que creen más fuertes. Este tratamiento, denominado terapia de anticuerpos monoclonales, se comenzó a experimentar en pacientes en junio de 2020 en los Estados Unidos y se espera que sea capaz de bloquear la capacidad infecciosa del coronavirus.
Algunos medicamentos para casos específicos han sido aprobados en Estados Unidos y Europa.
Ya ha funcionado en casos de Zika, rabia, SIDA, lupus, ébola, asma y algunas formas de cáncer.
Las pruebas PCR -Polimerase Chain Reaction- se han convertido en un examen común para muchas personas en el mundo para detectar o confirmar en horas la presencia de un virus, o de una infección.
Esta tecnología es reconocida como uno de los avances científicos más importantes del siglo XX. Se trata de un procedimiento en el que la polimerasa permite multiplicar los ADN o ARN de una muestra en millones de copias para detectar la presencia temprana de patógenos.
Se considera una prueba segura y fácil de obtener.
La PCR recibió el premio Nobel de Química en 1993 y seguirá acompañándonos a detectar nuevas enfermedades o cambios moleculares.
Joseph Lister fue quien impulsó la antisepsia en los quirófanos para destruir los microorganismos responsables de las “supuraciones”. Entre 1860 y 1880, demostró que medidas preventivas como limpieza de manos y heridas y la esterilización en la ropa y en el instrumental quirúrgico reducían las infecciones en cirugías.
Hoy, ese hallazgo no solo sigue vigente, sino que se considera fundamental en el manejo de las infecciones.
En general, el mejor tratamiento para las infecciones es el preventivo: evitar que la enfermedad aparezca. Contamos con antisépticos, procesos eficientes de esterilización, protocolos de bioseguridad y tecnologías como los materiales no tejidos y de uso único para los elementos de protección personal y los dispositivos médicos, que ofrecen protección a los profesionales de la salud y a los pacientes.
En la medida en que promovamos más la prevención, tendremos muchas menos infecciones, muchas menos enfermedades. Recordemos que protegernos es prevenir.
Conclusión
Las infecciones tienen un gran impacto sanitario, social y económico. Su efecto se ha visto en muchas ocasiones. Por eso la ciencia se ha ocupado de encontrar soluciones. Ha desarrollado vacunas, fármacos y pruebas diagnósticas efectivas. El coronavirus COVID-19 fue una prueba de fuego para los últimos avances científicos. Sin embargo, una estrategia seguirá siendo vital para el control de las infecciones: la prevención.
Por Katy Schuth B. – Redactora